Perdidos en la nieve
Tierras serranas
la vejez del invierno
tejió sus canas
La experiencia de estar perdido en medio de un paisaje completamente mimetizado por la nieve es angustiosa. Se ha perdido el camino, la humedad y el frío llegan hasta los huesos, la cegadora ventisca impide siquiera ver más allá de donde llega el resuello, y el viajero se encuentra totalmente desorientado y desamparado en medio de la nada.
Esta terrible experiencia la han vivido incluso poderosos monarcas como Felipe II, cuyos cortesanos tuvieron muchos problemas entre Alcolea del Pinar y Maranchón con ocasión de su viaje a Zaragoza y Monzón en 1585. Así lo relató Enrique Cock, cronista y arquero real: “Era tanta la nieve que caía por la tarde que no hallábamos camino, y si Dios no nos socorriese, teníamos miedo de quedar en el campo”.
Esta mala vivencia pudo forzar la redacción de una de las primeras pragmáticas dictadas sobre la señalización de la traza de los caminos, establecida por el propio Felipe II en 1586-1590: “que los del nuestro Consejo provean y den orden como se pongan pilares en los puertos para señalar los caminos, por los peligros que en tiempos de nieves incurren los que caminan por ellos por no estar señalados”. En 1855 el ingeniero Espinosa publicó un tratado sobre trazado, construcción y conservación de caminos, y propuso que “los postes o guías para los sitios expuestos a grandes nevadas deben hacerse sólidos, pero de muy poco costo; basta colocar pilares toscos de sillería en los puntos en que ésta abunde, prismas de mampostería, postes de madera o troncos de árboles descortezados”.
En la provincia de Teruel se localizan pilares de mampostería en varios tramos del denominado “camino de la Lana”, en concreto en Corbalán (Cabigordo), Allepuz-Villarroya de los Pinares y La Iglesuela del Cid. Se trata de columnas levantadas, probablemente, en el siglo XVIII. Algunas de ellas han sido recientemente rehabilitadas. Como quiera que la carretera se construyó posteriormente por otro lugar, los postes marcan todavía el trazado del antiquísimo camino.
Con motivo de la construcción de las primeras carreteras modernas, ya en el siglo XIX, aparecieron los primeros textos técnicos que trataron sobre la necesidad de eliminar la nieve de la calzada, y especialmente el hielo, mediante palas, rastras o escobas. El citado ingeniero Espinosa describe el antecedente de las modernas cuñas de empuje para eliminar la nieve del camino: “Cuando las nieves tienen muy poca altura han solido emplearse las rastras mecánicas, o mejor todavía un bastidor compuesto de tres viguetas formando un triángulo, el cual se arrastra por medio de hombres o caballerías, y por este medio se conduce o echa la nieve a los puntos que convenga”. De todos modos, hasta la década de 1960 no se incluyó la retirada de nieve, con mayor o menor organización, entre las tareas propias y habituales de la explotación de las carreteras.



1 respuesta
[…] El temor que provocaban las nevadas era el extravío en medio de la nada, la pérdida del camino. Este problema se ha expuesto en otra entrada de este blog: https://historiasdecarreteras.com/perdidos-en-la-nieve/ […]