Cerros de San Cristóbal
Según los entendidos, la frase “de perdidos, al río” tiene un origen militar, una especie de última opción consistente en empujar hacia el río al enemigo. De ahí ha derivado la frase a significar la toma de decisiones que, aunque parezcan descabelladas, se deben asumir hasta el final. Pero hay otra opción, o al menos también la entiendo así. Si está perdido, siga el curso del río o de la vaguada, aunque sea complicado: tarde o temprano llegará a una población o a una referencia que permita salvar su desorientación. Ahora bien, en estos casos de extravíos se podría modificar con propiedad la frase y decir “de perdidos, hacia el cerro de San Cristóbal”. No nos faltaría la razón. Los montes y cerros destacados suelen tener un nombre propio y original, raramente compartido con otras cimas. No obstante, cerros de San Cristóbal los hay a cientos en España.
Entre los católicos, el patrón de los caminantes de antaño y de los conductores ahora es San Cristóbal. Literalmente, su adoptado nombre se puede traducir como “portador de Cristo” y en haberlo llevado a hombros, con cuerpo de niño, para ayudarle a cruzar un río, tiene el origen su leyenda. La raíz del nombre se mantiene en diversos idiomas: Christopher (inglés), Cristofor (holandés), Kristoff (escandinavo), Cristóvão (portugués), Cristòfor (catalán) o Cristoforo (Italiano). Lo curioso es que un santo tan popular fue eliminado del santoral oficial católico en abril de 1969, a pesar de lo cual sigue celebrándose su fiesta, una de las más populares. Respecto a esto último también es curioso que la celebración de San Cristóbal sea el 10 de julio (siguiendo en este caso la tradición mozárabe), mientras que su fiesta es el 25 del mismo mes. Si el Papa lo eliminó del santoral, la importancia de la celebración de Santiago lo despachó de su día.
Durante siglos, la única guía que tenían los caminantes en las numerosas sendas y escasos caminos fueron los hitos o puntos que resultaran visibles desde lejos. Las zonas boscosas o colmadas de arbustos, tan numerosas entonces, solo dejaban ver montes o cerros que destacaran del terreno en la lejanía. Estos hitos se comportaban como una especie de faros terrestres para no errar, si no el camino, al menos la dirección hacia el destino.
El culto a San Cristóbal se popularizó en la Edad Media. Como patrón de los caminantes, su nombre fue puesto a numerosos cerros-guía. Pronto se añadieron ermitas en estas cimas, aparte de ampliar la devoción con iglesias, peirones o incluso calles en muchos pueblos. Agustín Ubieto Arteta relaciona, en su libro “Caminos peregrinos de Aragón” (Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2016), nada menos que 188 iglesias y 182 ermitas dedicadas a San Cristóbal, Santiago o San Martín, que comparten patronazgo entre caminantes y peregrinos, y eso solamente en Aragón. Ahora bien, lo más destacable es que existen en Aragón al menos 48 cerros denominados de San Cristóbal. La inmensa mayoría tiene en común tratarse de cerros-guía, referencias en el paisaje que son visibles desde lejos.
¿Y cuando no hay cerros próximos a la población? En terrenos llanos la torre de la iglesia sustituyó al cerro, siendo la referencia en las planicies, utilidad que posteriormente sirvió para referir el trazado de muchas carreteras. Algunas de estas iglesias también tuvieron la advocación de San Cristóbal.
Claro es que si los cerros de San Cristóbal se pueden ver desde la lejanía, también desde sus cimas la vista es generalmente espléndida. De hecho, en muchos de estos cerros pueden verse, todavía hoy, vestigios de la guerra civil, como trincheras y parapetos. Suelen ser lugares de interés paisajístico y cultural, si bien por desgracia no siempre patrimonial. Muchas de las históricas ermitas de San Cristóbal están en ruinas hoy día.
Los grandes carteles y las señales de orientación han proliferado por doquier y ya no se necesitan estos cerros que tanto y tan bien orientaron históricamente a los caminantes (San Cristóbal también podría ser el patrón de los fabricantes de señales). El futuro (o mejor, el presente) es de los navegadores, con los que no se suele errar el destino, aunque el viajero ya no tenga ninguna idea sobre cómo orientarse en el territorio.









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