La aduana medieval de La Jaquesa.
“Fuimos poco a poco caminando, dejando a la mano izquierda un pueblecillo que se dice Sillas y venimos todos a Tortuera, en la cual villa se registraban los caballos, el dinero y todo lo que cada uno llevaba consigo, porque esta villa está en la raya de Castilla, y ninguno puede acá pasar sin registro. A nosotros no pesó tanto el dinero que los del registro tuviesen mucho que hacer con ello, y así siendo muy presto despachados dimos lugar a otros, porque su Majestad con toda su casa había de venir allí”. […] El rey don Felipe con los suyos vino martes doce de febrero asimismo en Tortuera, donde quedó hasta el jueves siguiente, dando lugar y tiempo a todos que mostrasen a los publicanos, que para ello estaban diputados, lo que llevaban. Por lo cual creo muy bien venir el nombre de Tortuera del tuerto que hacen a los pasajeros, salvo el tributo que justamente se debe a su Majestad, porque casi en todas las provincias se ponen ordinariamente a los más bellacos para este oficio, que no tienen miedo ni de Dios ni del diablo. Acabado todo se fue su Majestad adelante y vino hasta los términos de los reinos, donde fue muy bien recibido del Justicia del reino de Aragón y mucha gente comarcana bailando y cantando con mucha alegría. Allí los alcaldes y alguaciles y toda la justicia de Castilla es obligada poner sus varas de justicia en el suelo, según costumbre antigua, porque es otro reino”.
Así narró H. Cock, cronista y arquero real, el paso de Felipe II y de toda su numerosa comitiva de Castilla a Aragón en 1585. El viaje lo hicieron por el camino de ruedas de Madrid a Zaragoza, que en aquella época pasaba por Maranchón, Balbacil, Anchuela, Concha, Tartanedo, Tortuera, Used y Daroca, para continuar hasta Zaragoza por el viejo puerto de San Martín.
Tablas, taulas, collidas, puertos secos… aduanas.
Del “tuerto” de las aduanas no se libraba nadie. En la época de los Austrias la unión de las Coronas de Castilla y de Aragón era meramente personal. Los reinos seguían manteniendo sus propias Haciendas e incluso su propia moneda. Numerosas “tablas”, “taulas”, “collidas” o puertos secos, es decir, puestos de aduana interiores, impermeabilizaban las fronteras de los distintos reinos y territorios para gravar la exportación y la importación de mercancías con diferentes aranceles, que eran variables en función de la política de proteccionismo que cada territorio aplicaba a algunos de sus productos (llegando a prohibirse la exportación o saca de algunos productos estratégicos). Por cierto, en Castilla las aduanas marítimas tuvieron el bello nombre de almojarifazgos.
Si bien en Castilla este tipo de fiscalidad indirecta vinculada a las fronteras se comenzó a elaborar durante el reinado de Alfonso X (1252-1284) y en Aragón se cita el establecimiento de peaje en Canfranc en época de Sancho Ramírez (1043-1094), la organización e impulso del establecimiento de aduanas es del siglo XIV, coincidiendo con la costosa guerra entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón y los apuros económicos consiguientes.
Las aduanas no solamente se impusieron entre Castilla y los reinos y territorios integrados en la Corona de Aragón, sino también entre estos últimos.
El caso de la Corona de Aragón sirve para mostrar bien el origen y estructura de la red de aduanas medievales. Pedro IV convocó Cortes en Monzón en 1362-1363 para obtener el apoyo político y económico de sus Estados en plena guerra con Castilla. De esas Cortes nació una estructura de aduanas en la periferia de los territorios de la Corona. Se pretendió, fundamentalmente, proteger a la industria textil y manufacturera catalana de la importación de esos productos desde el exterior (por Navarra, Francia o puertos de mar; Castilla no contaba, pues estaba en guerra con Aragón), a cambio de su aportación para la financiación de la guerra. Se protegió de ese modo la importación de materias primas como la lana (gravada con un 10%), metales, cueros; ganados y alimentos y determinados productos manufacturados.
Lo que pudo ser el comienzo de una unión no solo dinástica sino también económica duró poco. El proteccionismo establecido en Monzón favorecía a los catalanes. Como reacción, Aragón aprobó en 1364 el arancel de Generalidades y gravó la venta de paños, incluyendo los procedentes de fuera del propio reino. En ese mismo año se establecieron los “derechos del General” o “Generalidades del reino”, impuestos indirectos que gravaron a partir de entonces el movimiento de mercancías por las fronteras. Se cobraba una sola vez, no había exenciones y era el único ingreso regular con que contaba el reino para hacer frente a sus necesidades. Valencia y Cataluña hicieron lo mismo que Aragón en los años siguientes. De su administración derivan los nombres que han llegado hasta hoy día de los órganos ejecutivos de Aragón (Diputación del General), Cataluña y Valencia (Generalitat en ambos casos).
En el reino de Aragón, las Cortes de 1376, también celebradas en Monzón, organizaron la distribución de aduanas en la periferia del reino. No solo se cubrieron los puntos de entrada o salida de mercancías por caminos, sino que también se tuvo en cuenta los puntos de circulación de ganados o las vías fluviales. A mediados del siglo XV Aragón llegó a tener 179 collidas (oficinas para el pago de estos impuestos), organizadas desde 1446 en seis sobrecollidas (más la collida de Zaragoza) que controlaban y recibían las recaudaciones.
Los tipos aduaneros oscilaron, en general, entre un 5% y un 10%, si bien en determinados periodos llegó a ser para algunos productos de hasta del 20%. Un procedimiento común fue el arrendamiento de la gestión de las Generalidades.
Las aduanas interiores funcionaron durante casi cuatro siglos. Con la llegada al trono de Felipe V de Borbón y su concepto centralista del Estado, una de las primeras medidas adoptadas fue la supresión de dichas aduanas. Por Real Decreto de 19 de noviembre de 1714 se suprimieron los puertos secos (aduanas) en Castilla, Aragón, Valencia y Cataluña. Consideraba a estos territorios como “provincias unidas”. En una Real Instrucción de 1717 se declararon suprimidas las aduanas internas y se ordenó el traslado de éstas a las fronteras y puertos de mar.
La efectividad de estas medidas no está muy clara, dejando al margen la marcha atrás que pronto tuvo que dar la monarquía con las aduanas en las provincias vascas y Navarra. El artículo 354 de la Constitución de 1812, casi un siglo después, aún indicó que “no habrá aduanas sino en puertos de mar y en las fronteras; bien que esta disposición no tendrá efecto hasta que las Cortes lo determinen”.
Barracas de los Jaqueses y las Barracas de los Reales. La Jaquesa y Barracas.
El camino real de Teruel a Valencia fue el principal cauce para el tránsito de mercancías en el sur de Aragón durante siglos. Hoy es la autovía A-23, sucesora de la carretera N-234, la que conecta Aragón y Valencia por esta zona, con Sarrión (Teruel) y Barracas (Castellón) como principales núcleos próximos a cada lado de la muga.
Esto no fue siempre así, pues hasta mediados del siglo XIX el camino real pasaba por la población de Albentosa y una vez abandonada esta localidad, el viajero atravesaba un bosque de encinas, pasaba junto a la venta del Barro y llegaba a la venta y caserío de La Jaquesa, ubicado en un punto estratégico, pues allí se juntaba el camino real con los caminos de Rubielos de Mora y de Mora de Rubielos. Cuando en el siglo XIX se construyó la carretera de Sagunto a Teruel se aprovechó un tramo del camino que llevaba a Mora de Rubielos y a Rubielos de Mora, camino que partía también desde La Jaquesa. Por este motivo, este caserío siguió estando junto a la carretera principal.
Sobre el camino real de Zaragoza a Valencia se puede obtener más información en este enlace:
Este lugar estratégico fue el elegido por el reino de Aragón para instalar su collida, que resultó ser la más importante del sur de Aragón y la cuarta con mayor recaudación del reino, por detrás de las de Zaragoza, Escatrón y Huesca.
En los documentos históricos figura denominada como Barracas de los Jaqueses. Su correspondiente aduana en territorio valenciano era Barracas de los Reales, coincidente con la actual Barracas (Castellón). Con el paso del tiempo el lugar turolense quedó como La Jaquesa, mientras que el castellonense se quedó con el nombre propio. Al parecer la denominación complementaria inicial provino de la moneda usual para el pago del arancel, el dinero jaqués en el lado aragonés y el real valenciano en el reino vecino.
Tanto Barracas como La Jaquesa aparecen citadas en 1360 en un texto en latín relacionado con el impuesto a pagar por el tránsito de ganado entre Aragón y Valencia: “et aliis animalibus descendentibus de regno Aragonum vel aliunde transitum facientibus per terminos castri del Poyo, sed etiam ab aliis omnibus ganatis et peccoribus et animalibus que transitum facient causa exivernandi vel intrantium in regno vel ad regnum Valencie, per terminos sive passus de Andilla, de Bexix, de Vistabella, de Barrachiis, Jaccensis, et alios terminos et passus quoscumque per quos possunt aut solitum est dicta ganata Aragonum vel aliunde ad dictum regnum Valentie dicta de vel alia per transire”.
En el siglo XVI ya figura con el nombre de La Jaquesa. Como aldea con ese nombre figura en la compilación del Fuero de Teruel de Gil de Luna (1565).
Debido a su situación estratégica, a pesar de su pequeña entidad, La Jaquesa ha sido incluida en la mayor parte de los itinerarios y descripciones de viajes medievales y modernos. Aparece citada por Villuga en 1546, por Matías Escribano en 1767 y por Santiago López en 1809.
Entre 1610 y 1611 Juan Bautista Labaña confeccionó el primer mapa de Aragón, con datos obtenidos de una manera científica (tomando ángulos de las visuales desde unos puntos concretos a todos los hitos importantes que se tenían a la vista desde esos puntos). Describió la venta de La Jaquesa, indicando que “es aduana de Aragón, donde hay una casa para ella y dos hosterías”. La relación con el servicio al camino y a la posterior carretera se ha mantenido desde antiguo, y de hecho se la conoce todavía hoy como la venta de La Jaquesa, a pesar de que esa función desapareció hace tiempo, arrasada por la velocidad y autonomía de los vehículos automóviles.
Laborde describe en 1809 el camino real entre Albentosa y La Jaquesa: “se llega a lo alto y empieza un camino poco agradable. Se cruza después un pequeño arroyo, desde donde empieza un espeso carrascal que no se deja hasta las inmediaciones de La Jaquesa, pueblo pequeño”. De los peligros a causa del espeso carrascal existente entre Albentosa y La Jaquesa prevenía el diccionario de Madoz en 1844, recomendando desviarse a la venta del Chopo, entonces en el camino de Rubielos (hoy está junto a la carretera N-234): “En un ramal de dicha carretera, y a una legua de distancia del pueblo (de Albentosa), se encuentra una masía o venta llamada Chopo, que libra a los viajeros de los peligros del bosque de encinas que tiene la principal […] y en el punto en que los caminos de Mora y de Rubielos entran en la carretera, otra masía o venta llamada Jaquesa, con dos edificios contiguos”.
Después de pasar por La Jaquesa el camino se dirigía hacia Barracas, entrando en el reino de Valencia. “La Jaquesa […] desde el cual hasta Barracas parten términos los reinos de Aragón y de Valencia. La llanura de Barracas es muy dilatada y muy temible en el invierno al pasajero desprevenido, por el aire delgado y frío que sopla, siendo muy del caso llevar de prevención una buena dosis de la espirituosa y suave garnacha de Cariñena” (Laborde, 1809).
La collida de La Jaquesa.
Establecida desde el siglo XIV, la collida o aduana de La Jaquesa (Barracas de los Jaqueses) fue, como se ha citado, la más importante al sur de Aragón. A partir de 1446 se integró en la sobrecollida de Montalbán. Tal era la importancia de la collida que en algunos textos figura como sobrecollida de Montalbán-Barracas. El primer sobrecollidor de Montalbán fue Nicolau de Casafranca, nombrado en 1450 por el arzobispo de Zaragoza (curioso el apellido para un encargado del cobro de aranceles).
Se conservan tres libros de esta aduana (“Libros de la Collida del General de la Tabla de Barracas”), correspondientes a los ejercicios 1444-45, 1445-46 y 1446-47 (Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, Sección Generalidad, Manuscritos 26, 15 y 30, respectivamente). Gracias a ellos varios investigadores han podido estudiar con detalle el trasiego comercial entre Aragón y Valencia en el siglo XV.
“En general, desde el reino de Valencia se importaban cereales y materias primas, exportando manufacturas y productos extranjeros. Ahora bien, si se toma en consideración un grado más de detalle podemos decir que entre los productos importados desde Valencia a Aragón, cuyo principal destino era Teruel y las localidades de la actual provincia homónima, y a mayor distancia Zaragoza, Calatayud, Daroca o Borja, sobresalen: tejidos y paños, prendas de vestir, incluido el calzado, adornos y complementos, especias, pescado, productos alimentarios (aceite, vino, arroz, fruta, confitería y dulcería), cerámica, metal y “quincallería”, obra de vidrio, papel, cera y esparto, armas y joyería, así como los enseres derivados del sector científico-cultural y demás objetos técnicos, juegos, instrumentos musicales y piezas artísticas y devocionales. Mientras que entre los productos exportados desde Aragón hacia Valencia distinguimos: la lana, la madera y sus derivados como el carbón y la resina, la caza, las manipulaciones y preparaciones alimenticias a partir del cerdo, el queso, la harina y el cereal. Producto éste último que también aparece entre las mercancías que circulan en ambos sentidos, junto con el ganado, los cueros, las pieles y las calzas” (Concepción Villanueva Morte, “Aragón y Valencia en el siglo XV: vínculos económicos entre espacios políticos fronterizos”. Universidad de Zaragoza).
Podemos imaginar el trasiego de mercaderes, viajeros y arrieros, transportistas de todos estos productos, por la casa de la aduana durante siglos, sus temores al caminar hacia Albentosa por el bosque de carrascas que todavía hoy atraviesa el antiguo camino, o en el sentido contrario los riesgos de atravesar el solitario tramo entre Barracas y Viver. La Jaquesa era, como la mayor parte de los pueblos que articularon estos solitarios caminos, un oasis tranquilo, aunque hubiera que sufrir el pago del arancel aduanero.
Un hecho histórico en La Jaquesa.
Con la abolición de las aduanas interiores, a comienzos del siglo XVIII, la importancia de La Jaquesa decayó. Mantuvo su carácter de pequeño caserío y venta ubicado en un punto de cruce de caminos próximo a un destacado límite territorial.
El destino aún le guardaba a La Jaquesa un protagonismo inesperado y decisivo para la (triste) historia de España durante la primera mitad del siglo XIX.
El giro radical dado por Fernando VII al abolir la Constitución de 1812 y disolver las Cortes (4 de mayo de 1814) maduró durante el viaje que realizó entre Zaragoza y Valencia. Fernando VII cruzó la frontera española desde Francia el 24 de marzo de 1814.
En contra de lo establecido por las Cortes, en lugar de dirigirse hacia Madrid para jurar la Constitución de Cádiz, viajó a Zaragoza invitado por Palafox y de ahí a Valencia por el viejo camino real. Llegó a Teruel el 13 de abril de 1814.
El 15 de abril de 1814, en La Jaquesa, tuvo lugar un célebre discurso pronunciado por el general Francisco Javier Elío, jefe del Segundo Ejército Español y del brigadier Juan de Potous, miembro de su estado mayor. En La Jaquesa se insinuó a Fernando VII el apoyo del 2º Ejército para mantener el régimen absolutista, lo que le animó a seguir hacia Valencia, donde ese apoyo se manifestó definitivamente el 17 de abril de 1814.
Un patrimonio que se pierde…
Hoy no quedan más que ruinas de la venta y el caserío contiguo está bastante deteriorado. Solamente quedan en pie unos edificios con uso agropecuario.
Ha desaparecido alguno de los edificios propios de la aduana y los restos que quedan se deterioran más con el paso del tiempo. Como sucede con tantos y tantos edificios vinculados históricamente a las carreteras, el abandono y el tiempo oscurecen un patrimonio que debería ser mantenido y una historia que debería ser recordada. No estamos tan sobrados.
Epílogo.
El viajero actual ya no camina despacio e integrado en el paisaje, entonando su cuerpo en estas zonas tan frías con una buena dosis de la espirituosa y suave garnacha de Cariñena, como decía Laborde. Hoy la inmensa mayoría de los conductores circulan a gran velocidad por la próxima autovía A-23 ignorando el paisaje y sus detalles y el viajero que todavía lo hace por la carretera N-234 pasa junto a unas ruinas que apenas percibe, pero que guardan mucha historia en sus piedras, aunque muchas estén esparcidas por el suelo o manteniendo su secular dignidad en un difícil equilibrio.
La Jaquesa. S.O.S.