Carretera y manta
¿Qué es lo que tienen en común los siguientes campesinos viajeros, aparte de tratarse de grabados del gran Gustave Doré y de haberlos publicado en el libro Viaje por España, cuyos textos son de Charles Davillier?
La respuesta es fácil: todos estos viajeros llevan una manta. A ningún viajero de los siglos pasados se le ocurriría emprender un viaje sin su manta, que en caso de necesidad le serviría de abrigo (la manta siempre fue la capa del pobre), le permitiría dormir sobre ella, le defendería de las inclemencias meteorológicas (en especial si llovía a manta), sería su mantel y hasta le podría servir de defensa en algunas ocasiones. Podría faltar todo lo demás, pero nunca la manta.
Richard Ford, con su irónico humor inglés, lo expresó magníficamente en su Manual para viajeros por España y lectores en casa, tomo de Observaciones Generales, escrito en la década de 1830 y publicado en 1845. Al describir el despertar de los sufridos viajeros que han pasado la noche en una venta, nos cuenta las recias costumbres españolas de la época: “Nadie se desnuda o se lava por las mañanas; ni bípedos ni cuadrúpedos pierden el tiempo o desperdician jabón en la ceremonia de lavarse o acicalarse, ambos llevan el guardarropa a la espalda y el sol se encargará de lavarlo y blanquearlo […] Duermen en sus capas; bendito aquel que inventó el sueño, como dice Sancho Panza, cuyos dichos y hechos representan al tipo más auténtico y menos cambiante del español de su clase. Algunos usan en lugar de capas las mantas que los españoles llevan siempre consigo cuando van de viaje. La manta es una prenda con listas, más bien como una manta escocesa, de aspecto oriental y colores vivos […] Cabalgando, la manta se pone a través y delante de la silla, y al andar se lleva sobre el hombro izquierdo, colgando en dobleces por delante y por detrás. Esta manta sirve de cama y de ropas de cama, porque la gente nunca se desnuda, limitándose a yacer sobre la tierra”.
Hay que tener en cuenta que en las posadas y ventas, la mayor parte de los arrieros y valijeros dormían en los establos, junto a sus animales y sus bultos. George Borrow lo describió así en el libro La biblia en España, escrito en 1836: “La casa donde yo paraba, buena muestra de la antigua posada española, guardaba gran parecido con las posadas descritas en la época de Felipe III o Felipe IV. Tenía muchas y espaciosas habitaciones, de suelo embaldosado con piedras o ladrillos, con una alcoba al fondo en el que había un mísero colchón de borra. Abajo estaba el zaguán, y en la parte posterior un establo ocupado por caballos, jacas, mulas, machos y burras, porque había muchos huéspedes, que sin embargo dormían casi todos ellos en el establo junto a sus caballerías”.
La manta era imprescindible en estos casos, que eran la mayor parte, bien para abrigarse o bien para tumbarse sobre ella. Los colchones, para los viajeros pudientes, tampoco eran habituales en ventas y posadas pobres. Claude Tillier, en su libro De l’Espagne, contó así su experiencia en la posada de Sarrión: “¿Nos puede informar si encontraremos aquí habitaciones? -Las que quiera, señora, y de las más cómodas; pero ¿habéis traído colchones? -¡Cómo colchones!, dije con asombro. -¡Eh! Sin duda, los colchones, me respondió don Juan. No es el último motivo de asombro que encontraréis en este país medio civilizado. Sin esta precaución, nos habría tocado pasar la noche sobre unas pajas de dudosa limpieza”.
Tal era el uso de la manta, que aparece incluida en numerosas representaciones de tipos regionales, como algo que nunca se olvidaba al salir de casa.
Como usos marginales, la manta podía servir como escudo de defensa en caso de necesidad. Así lo dibujó perfectamente Gustave Doré en 1862 en su grabado titulado “la navaja”. Miguel de Cervantes da protagonismo a la manta en una de las escenas que vive Sancho Panza en una venta, por respaldar a don Quijote en algo tan poco bien visto como irse sin pagar. Sancho es manteado en su propia manta: “echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo; y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas”. No viene mal recordar aquí que en el diccionario una de las acepciones de manta es tunda o paliza.
Llegados aquí, se comprende perfectamente el origen de la conocida expresión “carretera y manta”. Hoy día se aplica al hecho de emprender un viaje de manera inmediata y precipitada, sin preparar casi nada, y efectivamente, con una manta ya se puede tomar camino, pero no sin ella.
¿Llevar la manta solo era costumbre del pasado? Evidentemente no. En pocos maleteros de los automóviles actuales falta la manta, como recomiendan los expertos, en especial durante el invierno. Es una costumbre muy viva, convertida hoy, gracias a los avances de la tecnología, en llevar mantas térmicas o mantas normales con fundas de diseño para ocupar poco espacio.
Para finalizar, viene a cuento una visita al centro COEX de Calamocha, del MITMA. En su espacio exterior se han dispuesto diversos objetos relacionados con la historia de los caminos y carreteras. Entre ellos destacan dos hermosos carros, prestados para la exposición por la familia Daudén. Estos carros pertenecieron a una de las mejores fábricas de mantas de España. En 1908, Wenceslao Daudén levantó la citada industria, que contó con su propia central hidroeléctrica para mover los motores y una toma de agua desde el río Jiloca. Sus hijos Francisco, Wenceslao y Carlos Daudén Íñigo aumentaron el negocio, que pervivió hasta la década de 1970.
Todo lo expuesto en esta entrada del blog no era ningún secreto, no ha hecho falta tirar de la manta. Cuando vaya a viajar, no se líe la manta a la cabeza ni se olvide de ella, aunque sea lo único que lleve. Ya se sabe, carretera y manta…