La P-24
P-24 no es, en este caso, la sigla de algún servicio secreto. Es la denominación, en el catálogo español de señalización vertical, de la señal de peligro por la posible presencia en la calzada de animales en libertad.
¿Y qué le hace merecedora de una distinción por encima del resto de señales de advertencia de peligro? Pues, precisamente, la indefinición sobre la necesidad de su colocación.
Si observamos el catálogo, la inmensa mayoría de las señales advertencia de peligro se refieren a casos muy concretos (salvo la sufrida P-50, cajón de sastre definido como “otros peligros”, que vale para todo a costa de no definir nada si no se acompaña de un panel complementario). Pero no solamente la concreción está en el carácter del peligro, sino también en su localización. Una curva peligrosa está en un lugar concreto de la carretera y no varía con el tiempo. También es el caso de una intersección, un paso a nivel, una glorieta o la presencia de un semáforo, por ejemplo. No obstante, hay varias señales que incluyen en la sufrida definición del catálogo la palabra “frecuentemente”. Es el caso de la P-12 (proximidad de un aeropuerto con frecuente vuelo de aeronaves a baja altura sobre la vía), la P-21 (peligro por la proximidad de un lugar frecuentado por niños), la P-22 (lugar donde frecuentemente los ciclistas salen a la vía o la cruzan), la P-23 (paso frecuente de animales domésticos), la P-26 (lugar con desprendimientos frecuentes), la P-29 (viento fuerte y frecuente en dirección transversal a la carretera), la P-33 (lugar con pérdida frecuente de la visibilidad)… y la P-24 (“peligro por la proximidad de un lugar donde frecuentemente la vía puede ser atravesada por animales en libertad”, según la definición del catálogo de señalización y del Reglamento General de Circulación de 2003).
La palabra “frecuente”, definida oficialmente en español como “repetido a menudo” o “usual, común” está muy alejada de la concreción necesaria cuando se trata de avisar de un peligro en una carretera. No obstante, en todos los casos citados, menos en la señal P-24, el gestor de la carretera puede, más o menos, concretar la localización del peligro y el umbral que le hace merecedor de ser señalizado.
Buscando alguna aclaración oficial, se puede consultar la Norma 8.1-IC, de Señalización Vertical. Pues bien, poco resuelve. En la citada norma se dice que “la posible presencia de animales sueltos (al atravesar la carretera cotos, reservas, parques nacionales, etc.) se advertirá mediante la señal P-24, complementada, en su caso, por un panel indicativo de la longitud afectada”. Si bien el paso de una carretera por parques nacionales o por reservas es concreto, resulta que en la España menos poblada la sucesión de cotos próximos a la carretera es casi continua y los accidentes registrados no siempre coinciden con estas zonas.
¿Cuál es la realidad?
En la Agenda de Vialidad se registran todas las incidencias que se detectan en la carretera. Esta agenda forma parte de los sistemas de gestión que deben implantarse para la correcta explotación de cualquier carretera. Solo dando de alta en el sistema todo lo que sucede en la carretera se puede tener una idea cierta de la realidad. Precisamente, una de las utilidades de los registros históricos de la agenda es el análisis de problemas que solo pueden estudiarse estadísticamente. El caso de las incidencias con animales es un ejemplo clásico.
Para hacernos una idea, en la red de carreteras del Estado en la provincia de Teruel (819 km de calzada, con largos tramos que atraviesan áreas que sufren despoblación y tráfico medio en sus carreteras convencionales), se han registrado en los últimos cinco años nada menos que 11.320 incidencias relacionadas con animales en la calzada (animales de todos los tipos, grandes y pequeños). Hay que tener en cuenta que el número de incidencias se ha ralentizado durante la pandemia al haber disminuido el tráfico. Resultan 2,8 incidencias por km de calzada y año, la mayor parte de ellas relacionadas con animales de pequeño tamaño (gatos, conejos, zorros, etc.). Si nos ceñimos a animales en libertad de tamaño respetable, las incidencias han sido 1.096 (más o menos una cada 4 km de calzada y año), repartidas así: 30 cabras, 12 ciervos, 480 corzos, 396 jabalíes y 178 perros). Al hablar de incidencia se incluyen los casos de accidentes de tráfico, pero también la mera presencia en la calzada de alguno de estos animales. No se libran los tramos vallados, como las autovías. Un animal puede eludir la valla como cualquiera de nosotros: para eso están los enlaces.
La Unidad de Carreteras de Teruel del MITMA ha venido estudiando periódicamente los datos de accidentes con animales en libertad desde 2004, merced a los registros de la agenda de Vialidad y a los partes de accidentes de tráfico. En 2013, uno de sus técnicos, Miguel Ángel Pérez, analizó con detalle los datos sobre accidentes de los seis años anteriores. Una serie de gráficos sobre cuatro animales concretos (jabalíes, cabras/corzos, perros y buitres) nos permiten conocer más sobre este tipo de percances.
Lo primero que destacaba es que el número de accidentes había aumentado durante los primeros años del siglo XXI:
Y ojo, porque la incidencia que provoca el accidente, a veces, viene del cielo:
¿No se lo acaban de creer? En los territorios poco poblados o con fuerte vocación ganadera el buitre está presente en muchas zonas. Las fotografías siguientes son impactantes (nunca mejor dicho):
Es curioso analizar también la distribución de estos accidentes a lo largo del día, de la semana o del año.
A lo largo del año, destaca el incremento de accidentes con jabalíes en época invernal. El 67% de los accidentes se registraron entre octubre y enero, con un tremendo pico en noviembre (más de la cuarta parte de todos los accidentes durante el año). Coincide con la época de caza (que termina desplazando a algunos animales de su hábitat) y con el mayor movimiento de estos omnívoros en busca de alimento. El pequeño pico del mes de agosto puede deberse al incremento del tráfico durante ese mes.
En el caso de los corzos y cabras los máximos están a finales de la primavera, destacando el mes de mayo, con un cuarto del total anual. Es época de cría de estos animales, que se desplazan en busca de pastos. El mes de agosto destaca, de nuevo, por el incremento del tráfico.
En el caso de los perros la distribución es más uniforme a lo largo del año. Depende mucho de la gestión municipal, muy difícil de llevar a cabo con éxito en municipios con muy poca población.
El caso de los buitres presenta una distribución irregular. En parte, está relacionada con la presencia de animales muertos próximos a la carretera (muchos de ellos afectados previamente por un accidente).
La distribución horaria de los accidentes también tiene sus sesgos.
En cuanto a la distribución semanal destaca, en el caso de los jabalíes, la tarde-noche de los domingos. El resto de días laborables ofrece datos similares entre sí.
La distribución espacial
Como se está tratando sobre la señal P-24, lo que realmente interesa es la distribución espacial de este tipo de incidencias. El mapa que sigue recoge los registros de los incidentes con jabalíes, en la red del Estado de la provincia de Teruel, entre agosto de 2017 y agosto de 2022.
Lo primero que llama la atención es que el problema está en toda la provincia. De hecho, los puntos rojos que indican una incidencia con jabalíes acaban dibujando el mapa de la red estatal de carreteras del Estado en la provincia. Pero también hay algo que destaca, si se observa con más detalle: hay tramos de concentración de este tipo de incidentes.
Esto ya interesa más, pues en estos mapas puede intuirse ya el concepto de frecuencia, al que se acomoda la normativa vigente. Y no, no se trata de parques nacionales ni de reservas de caza, ni coinciden necesariamente con cotos.
Con el corzo sucede algo parecido. Las incidencias con este animal están muy repartidas por la provincia, pero también ofrecen zonas con mayor densidad de registros:
Señalizar con criterio (lo más objetivo que sea posible)
A falta de criterios oficiales, el gestor de la carretera necesita tener alguno. El objetivo debe ser dotar de sentido a la señal P-24.
Como se observa en los mapas anteriores, la incidencia con un animal en libertad puede suceder en cualquier lugar. En muchos tramos de carretera la probabilidad es muy baja, pero nunca es cero. Por otra parte, una de las premisas de la señalización de carreteras es que debe ser eficaz. La abundancia de señales nunca es buena. Tampoco lo es señalizar peligros a diestra y siniestra, por el mero hecho de existir una mínima probabilidad de que puedan provocar un accidente.
En el caso del paso de animales en libertad, si nos ponemos teóricos, debería calcularse el riesgo analizando el número de pasos de animales de cierto tamaño en cada sección de la carretera y el tráfico que tenga dicha sección. A mayor número de cualquiera de estos factores, mayor es la probabilidad de que surja un accidente. Ahora bien, el tráfico es sencillo de obtener (a pesar de su variabilidad temporal), pero el otro dato es dificilísimo de conocer.
No obstante, hay una forma de simplificar el problema: el análisis de accidentes reales y de su localización. Algo parecido a lo que se ha expuesto anteriormente al tratar sobre el conjunto de las incidencias. En la Unidad de Carreteras de Teruel del MITMA se establecieron desde 2004 unos criterios que se consideraron adecuados para definir el adverbial concepto “frecuentemente” que aparece en el catálogo de señales y en la normativa vigente. Por una parte, está claro que la señalización de advertencia de peligro solo debe perseguir un fin: evitar el accidente. Además, analizando el número de accidentes registrados en un periodo que permita su análisis estadístico, queda implícito el factor tráfico, al menos en su cuantía total. Es, pues, lo que se necesita.
Esos criterios, con los que se ha estado funcionando en esa provincia, son los de señalizar el peligro, después de analizar los accidentes registrados en los últimos cinco años, en los tramos de un kilómetro con más de tres accidentes, en los de tres kilómetros con más de seis accidentes o en los de cinco kilómetros con más de nueve accidentes. Solo se analizan los accidentes en los que ha estado involucrado un animal en libertad, excluyendo los casos de animales domésticos (perros, ovejas) o los de pequeño tamaño. Las señales, con sus cajetines complementarios indicando la longitud del tramo afectado, se colocan de acuerdo con los criterios de la Norma 8.1-IC. Dado que su colocación no requiere un lugar exacto, es conveniente ubicar las señales en lugares plenamente visibles y que no afecten al resto de la señalización vertical. En los casos de gran longitud, se debe reiterar la señal, al menos cada 5 km, y también debería reiterarse después de alguna intersección importante que pudiera existir en el tramo.
Con esos criterios, la señalización tipo P-24 debe ser analizada y modificada cada cierto tiempo, para actualizar los datos de los últimos años y tener en cuenta la evolución de la accidentalidad.
Ya se ha indicado anteriormente que en algunos casos la distribución temporal de las incidencias con ciertos animales en libertad tiene variaciones importantes. En estos casos, tampoco estaría de más que la señalización informativa variable dispuesta en muchas carreteras importantes avisaran del peligro en los meses, días y horarios en los que el peligro es máximo.
Y ya que estamos, un poco de historia de esta señal
Las señales verticales de advertencia de peligro fueron las primeras que aparecieron en las carreteras. No obstante, hasta el Convenio de Ginebra (19 de septiembre de 1949), que fue ratificado por España más de ocho años después (13 de febrero de 1958), el catálogo de este tipo de señales estuvo limitado a unos pocos tipos de peligro.
En 1908 se celebró el primer Congreso Internacional de Carreteras, donde se propuso la implantación de cuatro señales de peligro: las de badén, paso a nivel (con y sin barrera), cruce y curvas. El 11 de octubre de 1909 se firmó el Convenio de París y se recogió la necesidad de implantar estas señales, pero sin definir su forma ni sus dimensiones. En España se encargó al Real Automóvil Club y a una comisión ministerial el diseño de estas señales. Lo cierto es que hasta 1926 la variedad de diseños fue lo más habitual, como denunció en la Revista de Obras Públicas el ingeniero Antonio Aguirre.
En el Convenio de París de 24 de abril de 1926 se modificaron las conclusiones del Convenio de 1909 y para señalizar los peligros de la carretera se introdujo el triángulo equilátero, en este caso de 70 cm de lado como mínimo. Estas señales seguían siendo de los pocos tipos ya expuestos. En 1926 nació también la norma de que se señalizara el peligro entre 150 y 250 m antes de llegar a dicho peligro. Por fin, el Convenio de Ginebra de 1931 definió un gran número de señales de carretera, no solamente de peligro, sino también de prohibición, de obligación y de información. Fue la base del catálogo de señales actual. España ratificó ese Convenio el 5 de abril de 1933.
En el Código de Circulación de 25 de septiembre de 1934 se recogieron las señales de peligro de la Convención de 1931. Eran los seis tipos clásicos: badén, curva sencilla o múltiple, cruce o bifurcación de carreteras, paso a nivel (con y sin guardabarrera) y “otros peligros» distintos. La novedad es que introdujo el fondo azul para estas señales, pudiendo tener la orla exterior roja, y el color blanco para la simbología. Se recomendaba también disponer elementos reflectores en los vértices. Como se era consciente de la variedad de diseño de las señales de peligro que se habían colocado anteriormente en las carreteras españolas, se estableció el objetivo de que antes de 1938 estuvieran todas ajustadas a los nuevos modelos. La Instrucción de Carreteras de 1939 recogió los mismos diseños.
Como ya se ha anticipado, el Convenio de Ginebra de 1949 (ratificado por España en 1958) recogió nuevas señales de peligro, pero todavía no apareció nuestra protagonista, la actual P-24. Este convenio sí que introdujo algunas novedades, como el tamaño de las señales (ahora el mínimo debería ser de 90 cm de lado), el color del fondo de la señal (ahora blanco o amarillo), la orla roja obligatoria y el color de los símbolos (negro). Estas señales deberían colocarse a una altura de entre 0,6 m y 2,2 m.
Por primera vez apareció la señal denominada “animales” (la actual P-23), que “debe utilizarse en los tramos donde habitualmente puede circular ganado de cualquier clase. Cuando la carretera coincida con una vía pecuaria se añadirá la placa complementaria ‘Cañada’”. Solo quedaba, como posibilidad, la socorrida señal de “peligro indeterminado”, pero la cuestión de los animales en libertad todavía no estaba en la cabeza de los responsables de la señalización, pues para la utilización de este tipo de señal se citaron varios ejemplos algo alejados de este problema.
Por fin, el 25 de julio de 1962 tuvo entrada nuestra protagonista en un catálogo de señales. Fue con motivo de la Orden Circular 8.1-IC, sobre Normas de Señalización. En ella se distinguió entre la señal “A-20”, denominada “Cañada”, es decir, destinada a señalizar el peligro de paso de animales domésticos, y la “A-21”, denominada “Animales en libertad”. Como novedades, la norma introdujo el fondo amarillo claro para las señales, que además debían ser reflectantes.
La primera definición de nuestra protagonista fue, textualmente: “Indica el peligro constituido por la proximidad de una zona donde es probable el paso por la calzada de animales sueltos o incontrolados”, y recomendaba su empleo en la travesía de cotos, reservas, parques nacionales, etc. Es curioso que en un párrafo se decía que “cuando la zona sea de gran longitud esta señal se repetirá cada 500 m como máximo, a no ser que la abundancia de animales lo haga innecesario”. No se sabe si en la cabeza del redactor de la norma estaba la presencia de animales en libertad pastando junto a la carretera o si eran tantas las zonas de paso habitual que acabó rindiéndose… la realidad es muy distinta.
Como se puede observar, ya desde su nacimiento vino acompañada de la poca concreción sobre los lugares donde debían colocarse. En este caso se habló de que el paso de animales fuera probable, pero no se cuantificó esa probabilidad (tampoco eran tiempos para estas pequeñeces).
En 1985, la Dirección General de Carreteras del entonces MOPU publicó un catálogo de señales de circulación. Nuestra protagonista apareció por fin con la denominación “P-24”, y con ella el adverbio “frecuentemente”, que ya no le abandonó hasta la fecha.
En 1990 apareció un borrador de la Norma 8.1-IC. Afectó al tamaño de las señales de peligro, cuyos lados ahora deberían ser de 0,9 m en carreteras convencionales sin arcén, 1,35 m en convencionales con arcén y de 1,75 m en autopistas y autovías. Dos años después se publicó un nuevo catálogo, que mantuvo la misma definición para la P-24 que el de 1985.
El 28 de diciembre de 1999 se aprobó la nueva Norma de Señalización Vertical, a su vez modificada el 20 de marzo de 2014. Ambas han mantenido nostálgicamente la definición de treinta y siete años antes, o sea, que no han aportado nada nuevo: “La posible presencia de animales sueltos (al atravesar la carretera cotos, reservas, parques nacionales, etc.) se advertirá mediante la señal P-24, complementada, en su caso, por un panel indicativo de la longitud afectada”. Por si a la indefinición sobre la colocación de la señal P-24 le faltaran bendiciones, el vigente Reglamento General de Circulación ha copiado textualmente la definición del catálogo de 1985 (por lo menos es más reciente el original que en el caso de la Norma).
Epílogo
En los últimos años se ha investigado mucho sobre los elementos de disuasión y sobre diseños para evitar el paso por la carretera de animales en libertad, al menos en los momentos en los que un vehículo se aproxima al lugar de paso. También se han desarrollado protocolos para evitar que la presencia de un animal junto a la calzada pueda suponer un peligro añadido añadido por la pronta presencia de carroñeros.
Estas investigaciones son muy interesantes y dan para otras historias de carreteras.
Mientras tanto, conduzca con prudencia, y más cuando divise una señal de advertencia de peligro. Sea cual sea.