La venta de San Martín
De entre los cientos de ventas que en algún momento salpicaron los caminos y sendas de España, antes de la construcción de las modernas carreteras, una serie de ellas han alcanzado renombre por su situación estratégica, por haber sido parada casi obligada para la mayor parte de los viajeros o por haber sido escenario de algún hecho histórico. Algunas de estas ventas tuvieron la fortuna de que las nuevas carreteras del siglo XIX se construyeran a su vera, manteniendo de este modo su carácter de servicio al viajero hasta tiempos recientes, cuando la autonomía y la velocidad de los vehículos a motor las han relegado a un lento olvido.
Una de esas ventas de histórico renombre, localizada en un punto estratégico, es la venta de San Martín, también llamada en los mapas oficiales “venta del Puerto”, denominada así por ubicarse cerca de la cota máxima del puerto de San Martín, en el camino de ruedas que condujo históricamente de Madrid a Zaragoza, coincidente también en ese tramo con el camino real de Valencia a Zaragoza. Por concretar más, el puerto se encuentra entre Daroca y Cariñena, ciudad y villa que fueron parada obligada durante siglos. La venta de San Martín no fue afortunada cuando se trazó la actual carretera N-330, pues se eligió, al igual que hace la actual autovía A-23, el vecino puerto de las Navas (o de Paniza) para salvar el obstáculo orográfico que suponen las estribaciones de la sierra de Algairén. Por si le hubiera dañado poco el abandono del camino real histórico hace un par de siglos, la construcción del ferrocarril entre Caminreal y Cariñena-Zaragoza, que se inauguró en 1933, afectó a varios tramos de este histórico camino real a su paso por el puerto, si bien es fácil identificarlo en los lugares en los que no se modificó su trazado, aunque en algunos puntos está siendo invadido por la vegetación.
El camino
Como corresponde a un buen trazado, el camino real, por el puerto de San Martín, ofrece unas pendientes moderadas que permitían el tránsito de carros arrastrados por tracción animal. El puerto está muy bien trazado, si bien, al tratarse de un tramo de montaña abandonado y sin mantenimiento, no guarda vestigio del firme que pudo tener (si es que lo tuvo). Unos cortes de talud en roca en varias zonas de la vertiente norte del puerto generan la sospecha de que el camino pudiera tener una antigüedad mucho mayor, quién sabe si de origen romano. No hay que olvidar que la calzada entre Laminio y Zaragoza, citada en el Itinerario de Antonino, tiene una gran parte de su recorrido sin descubrir.
Testimonios
El puerto de San Martín tuvo en el pasado bastante tráfico, siempre teniendo en cuenta que los niveles de movilidad fueron mínimos a lo largo de los siglos. Es un puerto solitario. Desde las inmediaciones de Villarreal de Huerva o de Mainar (según se viniera de Valencia o de Madrid), hasta las de Encinacorba (el camino real no pasaba por esta población, sino cerca de ella), había que salvar un territorio boscoso, duro, incómodo y deshabitado. La presencia de la venta en la parte superior del puerto debía ser providencial para la mayoría de los viajeros.
Lo mejor es que hablen esos caminantes, o al menos los que nos dejaron testimonio de sus andanzas:
Cock hizo referencia al paso de la comitiva real de Felipe II hacia Cariñena, por el viejo puerto de San Martín. Por cierto, no tiene desperdicio la manera de no perderse en el camino, al atravesar una zona tan accidentada: “A mano derecha está otro lugar que se dice Villarreal, donde muchos caballeros se fueron a dormir. A nosotros cupo esta noche la villa de Sinascueva (Encinacorba) dos leguas adelante a la mano izquierda del camino. Habíamos de pasar un puerto en el cual está la venta de San Martín en la mitad del camino, ya cuando llegábamos allá era muy de noche, y si algunas veces no se tocase la trompeta, muchos de nosotros errasen el camino” (Henrique COCK, 1585).
“Al levantar el sol, después de la misa, salimos de Cariñena y caminamos media legua entre bellísimos olivares, interrumpidos solamente por extensos cultivos de viñas. Después de haber pasado este terreno más abierto pero no tan cultivado de vino y granos, subimos una pequeña montaña llamada puerto de San Martín, toda ella cubierta de robles, comenzamos a encontrar un terreno desierto y pedregoso hasta que descendimos a los alrededores de Villarreal” (Cosme DE MÉDICIS, 1668).
“La partida de Mainar fue temprana, por excusar al carruaje el cansancio de la piedra, midiendo con el tiempo y el espacio buena parte del camino algo trabajoso, hasta vencer la cuesta que baja a Cariñena, si bien (como en todo lo demás dependiente de la Comunidad de Daroca), se halló muy diferente de lo que se había recelado, y reparada con tal aplicación, que se ganaron las horas, para llegar con el sol al Cuartel y gozar del lucido recibimiento que aquella noble villa (Cariñena) previno a su Majestad” (Francisco FABRO BREMUNDAN. Año 1677. Viaje de Carlos II).
“El día 25 [de octubre de 1748] por la mañana, habiéndome despedido de los religiosos, partí a cosa de las siete, y habiendo caminado como una legua, entre olivares y viñas, llegamos al puerto de San Martín, que es un gran cerro con una legua de subida, en cuya cumbre hay una venta en que se halla bastante decencia, pagando lo que corresponde al gasto. De esta venta se baja como media legua por camino áspero, y luego se llega a un río poco caudaloso, que se llama la Huerva, al cual se sigue otra llanura como la de Cariñena con poca diferencia, la cual tiene por nombre el campo de Romanos” (Fray Pedro José DE PARRAS. 1748).
“Habiendo salido esta mañana tres horas antes que mis caleseros, llegué a esa venta [la de San Martín] a pie. Allí debería haberme alegrado de encontrar una cama para echarme un par de horas, pero la casa era pequeña y las habitaciones habían sido ocupadas por un caballero llamado don Diego Martínez, que con su señora y sus sirvientes había llegado al lugar una hora antes que yo en un carruaje y seis mulas. Además del descanso, también quería comida. Por suerte, el hombre de la venta tenía listo su puchero, es decir, un lío de garbanzos hervidos a papilla en aceite y sazonados con ajo, cebollas y pimienta, además de un amplio plato de pescado salado también frito en aceite, ya que la mantequilla no puede ser producto de esta tierra de grava. Me reuní con el ventero y su familia, y nunca comí con un apetito más agudo, habiendo caminado dieciséis millas en menos de cinco horas. En Londres, apenas debería haber dejado que mi perro comiera una cena así, pero en un lugar como la venta de San Martín, un hombre no debe ser demasiado delicado […] Sin embargo, para compensar los extraños víveres, la esposa del ventero sacó una bota de piel llena de un excelente vino de Cariñena, y bebí tan a menudo y tan amablemente que mis espíritus fueron reclutados por completo y olvidé mi cansancio en media hora” (Giusseppe BARETTI. 1760).
“El cierzo que soplaba entonces me permitió subir a pie esta cuesta hasta la venta de San Martín. El carruaje se vio forzado a tomar otra ruta y fui a esperarlo a la venta del Ángel, que está al pie de la montaña al otro lado” (Joseph BRANET, el 30 de junio de 1797).
“Cariñena es una villa rica de unos 3.000 habitantes situada en un llano delicioso, y rodeada de deleitosas huertas; sus calles son poco limpias, pero algo regulares; tiene una parroquia y 2 conventos, y una buena fuente. Sálese de ella por la misma llanura hasta que se llega a la raíz del puerto de San Martín, cuya penosa subida necesita hora y media, y otro tanto la bajada a la otra parte” (LABORDE. 1809).
La venta
Hoy no quedan más que ruinas de la que fue una de las principales ventas del camino de ruedas entre Madrid y Zaragoza, ruta de reyes y de numerosos viajeros de renombre. Pasear por su entorno, después de haber recorrido el viejo camino real, nos hace revivir esos tiempos en los que viajar era tan complicado, duro y peligroso, y en los que encontrar la luz y el calor del hogar de una simple venta suponía un alivio y una alegría, aunque el edificio no tuviera comodidades, no hubiera ya lecho donde reposar o la comida no se considerara delicada, como le pasó a Baretti en 1760. Vale la pena sentir, a pesar del silencio actual, los gritos de los arrieros, de los ganaderos o de los mozos de mulas, o sentir el trasiego de toda esa gente. Es como un túnel del tiempo. Cerramos los ojos y nos sentimos transportados a otra época que ya no renacerá. Al menos en la venta de San Martín.