Peirones.
Hitos de religiosidad popular que recuerdan vivencias y temores de los caminantes. La belleza de la sencillez.
Un humilladero, según el diccionario de la Real Academia Española, es un “lugar devoto que suele haber a las entradas o salidas de los pueblos y junto a los caminos, con una cruz o imagen”. Algunos de estos humilladeros son pequeñas capillas cubiertas con un tejadillo.
Multitud de estos humilladeros están constituidos por un pilar, rematado con una cruz o con alguna imagen religiosa, sin más estructuras complementarias. Se denominan, en muchos lugares, “cruz de término”, y localmente en Cataluña “peiró” o “pedró”, en Valencia “peiró” y en Aragón, donde son muy abundantes (en especial en el sur de Zaragoza y en la provincia de Teruel), “pairón” o “peirón”.
En Galicia hay entre 10.000 y 15.000 “cruceiros”, algunos bellísimos. Su tipología es similar, si bien en este caso la inmensa mayoría está vinculada con la cristianización de lugares, con la memoria de personas o incluso con el fin de espantar al demonio.
Personalmente, aunque no esté en el diccionario oficial, me gusta la palabra “peirón”. En su derivación del griego significaría algo así como “definido” o “límite”, contrario al ápeiron (indefinido, infinito). Qué mejor denominación para un hito colocado junto a un camino.
La definición de humilladero de la Real Academia comienza por colocarlos en un “lugar devoto”, para continuar después afirmando que se encuentran junto a los caminos, fuera de las poblaciones. La realidad, al menos de la inmensa mayoría de los peirones que han llegado hasta hoy, lleva a invertir esos términos. Los peirones son los herederos de los hitos o mojones que desde antiguo se colocaban en puntos singulares de los caminos (bifurcaciones, salidas y entradas a poblaciones, pasos de montaña, límites territoriales, etc.) para ayudar al caminante. Los había de todo tipo, desde los simples montones de piedras, pasando por los postes de madera, hasta las columnas de piedra con inscripciones o símbolos.
Con el tiempo, en los cruces de caminos y en las entradas de los pueblos y ciudades, los antiguos mojones fueron incorporando elementos religiosos, cristianos en nuestro caso (cruces, imágenes religiosas y a veces ambas cosas), que invitaban al caminante a encomendarse a Dios en el momento de iniciar o seguir un camino, o a agradecer la llegada con bien a su casa después de un desplazamiento o de regresar de sus faenas. La religiosidad popular expresada en estos hitos estuvo vinculada con los peligros de los caminos.
La inmensa mayoría de los peirones son de piedra o de ladrillo. Se componen, habitualmente, de una grada de piedra, a veces con varios escalones, la basa (losa prismática de la que arranca la columna), el fuste (es decir, la propia columna), el edículo (urna u hornacina con las imágenes), a veces enmarcado entre cornisas y un tejadillo o un remate con una cruz.
Algunos peirones se relacionan con algún suceso (son los menos, y para estos sí que existe una palabra en el diccionario: padrón) o con otro tipo de religiosidad popular, como los viacrucis. Otros, muy simples y sin el elemento religioso, servían para dirigir al caminante en zonas en las que podía perderse el camino durante el invierno.
Resulta ameno, al descubrir un peirón alejado de una población, averiguar la razón de su emplazamiento. En la mayor parte de los casos encontraremos que históricamente era un cruce de caminos, o del camino principal con el acceso a algún lugar concreto (monasterio, ermita, venta, etc.). Muchos nos hacen revivir la nostalgia de un pasado en el que el viajero, integrado en el paisaje, podía disfrutar de los detalles y de la naturaleza.
La inmensa mayoría de los peirones tiene la belleza propia de las construcciones y de las tradiciones populares. De ahí que alguna legislación (como por ejemplo la Ley de Patrimonio de Aragón de 1999) declare a las cruces de término como bienes de interés cultural, obligando a su inventariado y protección consiguiente. Esto es muy importante, pues el deterioro o la pérdida de algunos se ha acelerado en los últimos tiempos. En Aragón, una página web no oficial ofrece un amplísimo inventario con muchos detalles. Merece la pena su visita:
Y si un peirón es un límite y el ápeiron el infinito, qué mejor que juntarlos. En las afueras de Teruel, en el acceso por la carretera N-223, el antiguo Ministerio de Fomento colocó un peirón en una glorieta, obra del artista Pascual Berniz, que incluye una aproximación a la lemniscata (palabra también derivada del griego, que en este caso significa “lazo”, símbolo del infinito). Un haiku del propio autor de la escultura acompaña a este peculiar y contradictorio peirón:
La gravedad
del Enigma, nos atrae
como la tierra.
Confundes las «Cruces de Término» con los peirones. Son cosas diferentes.